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miércoles, 4 de junio de 2008

Algunos comentarios sobre el lock out agrario y la dinámica de la situación.

Por Ricardo Aronskind – Economista, investigador y docente UBA-FCE.

La secuencia del conflicto es importante.

¿Cuándo estalla el conflicto agrario? Con la imposición de retenciones móviles. Este es el centro del tema. No lo es el aumento de las retenciones lo que detonó el conflicto –ya que efectivamente unas subieron pero otras bajaron- sino el corte de las expectativas de gigantescas ganancias a futuro recortadas por la aplicación de retenciones móviles. Ahí arranca todo. Es importante tenerlo claro, porque los problemas que tienen los pequeños productores hasta ese momento no habían generado ningún movimiento significativo. Los cuatro sectores de propietarios pasan a la acción fundamentalmente por lo de las retenciones móviles: están disputando renta futura, que sería apropiada mayormente por los grandes actores agrarios, y no por los pequeños.

El gobierno no diferenció, al establecer las retenciones, entre pequeños y grandes productores. ¿Y ellos, se diferenciaron? , o salieron juntos a luchar por el mismo programa ¿Y ese programa, a quien beneficia centralmente?

La división del trabajo al interior del lock out es clara. La función de los pequeños en todo esto no es menor: son quienes aportan la cara “genuina” del lock-out. Son los que trabajan en serio, son los que cortan las rutas y ponen el cuerpo, son los que arrastran a familias y vecinos, los que generan simpatía en los medios, porque realmente necesitan ayuda y están realmente enojados. ¿Qué pone el gran capital agrario en el lock-out?: nada menos que los principales medios de comunicación escrita, oral y televisiva, algunas estructuras partidarias (el ARI de Carrió, el PRO), apoyos urbanos variopintos, incluído el de los rentistas que viven en la ciudad, y el certificado de “blanquitud” de la protesta. No es lock-out sino “paro”, no son los propietarios sino “el campo”, no son piquetes sino “cortes de ruta”, no son las retenciones móviles contra lo que luchan sino contra “la soberbia”, no son los precios internacionales increíblemente elevados la fuente de super-ganancias sino “el esfuerzo de los productores”.

La combinación es poderosa, y tiene capacidad para generar un cuadro potencialmente grave: desabastecimiento y golpe inflacionario en las ciudades, con el consabido malestar de la población (que usualmente no entiende porqué ocurren estas cosas), violencia y eventuales muertes en los cortes de ruta (con la exacerbación de pasiones que genera el martirologio), crisis política en el partido gobernante (donde se pondrían de manifiesto los aliados atados con alambre que supo juntar el kirschnerismo).

¿Porqué los sectores más débiles del agro no luchan contra los otros segmentos de la cadena que les estrujan la ganancia? ¿porqué consideran natural que la sociedad subsidie el gasoil, la electricidad, el tipo de cambio y otras transferencias directas? ¿porqué son tan fáciles para manipular por el gran capital y la derecha? Es una vieja historia vinculada a la configuración cultural e ideológica de todos los sectores rurales del mundo. En los ´90, se tomaron medidas que fundieron a 300.000 productores, y no hubo esta combatividad, esta rebeldía contra la “opresión” y la “soberbia”. Ojo con las idealizaciones: porque produzcan efectivamente riqueza, o porque sean los más débiles de los propietarios rurales, no se transforman automáticamente en portadores de progreso, ni de racionalidad, ni de solidaridad: ni piensan en el efecto de sus piquetes sobre los débiles de la ciudad. Y están luchando, puntualmente, por super ganancias.

Brilla –por su inexistencia- en esta “gesta” de los propietarios rurales la nula referencia a la dependencia tecnológica de las semillas transgénicas de las multinacionales, y de su dependencia de un mercado comercializador oligopólico (en general, multinacionales). Toda la lucha es contra el estado, como antes de la llegada del menemismo… no aparece ningún otro actor que los afecte o perjudique. Si se compara el conjunto de la problemática de los pequeños productores –que es amplia y compleja- con el objetivo específico de esta lucha, se observa que lo único que se encuentra expresado es la demanda contra las retenciones móviles, contra el gobierno y contra el estado. Este lamentable recorte de la problemática se inscribe en la lógica ultraliberal que sostiene que es el estado la fuente de los problemas, y que si se abstuviera de “meterse” con el sector privado todo andaría estupendamente bien… No es nueva, pero no deja de sorprender, la pobreza de miras de las dirigencias empresarias argentinas.

Un triunfo hegemónico del sector agropecuario es su insistencia, tomada acríticamente por los medios, en torno a una palabra: productores.

Productores, en economía, son todos los que producen directa o indirectamente riqueza. O sea, un porcentaje muy alto de la población. En una economía compleja y moderno, no es aceptable (porque no existe en la realidad) que se recorte –para resaltar sus méritos productivos- un determinado componente del sistema económico de todo el resto, sin el cual aquel no existiría. La única diferencia entre los que producen alimentos, de aquellos que producen bienes industriales o servicios necesarios (educación, salud, transporte, construcción, servicios públicos, etc, etc.) es que quienes producen alimentos pueden privar al resto de los mismos. Esto no habla de un atributo moral, de una particular nobleza, sino de un atributo de poder. Todo trabajador que cumple un rol importante en el proceso de producción y distribución de la riqueza social puede privar a los otros de algo importante. Los que poseen hoy los medios de producción en el agro privan de alimentos al resto de los eslabones productivos.

¿Qué pasaría si ocurriera a la inversa, si se les negaran los indispensables insumos industriales, servicios, etc.? ¿Qué pasaría si se les cortaran la energía eléctrica, las telecomunicaciones, el abastecimiento de combustibles, y todos los bienes urbanos imprescindibles para que funcionen? ¿Hasta cuando seguirá esta impostura de que son los únicos actores estratégicos de la producción?

Hace muchos años que la sociedad argentina viene arrastrando esta rémora ideológica, y no la termina de superar. El “campo” es una parte de Argentina, y no al revés. El país no le debe rendir una pleitesía especial a ningún sector productivo. Es más, parte de nuestro actual subdesarrollo tiene que ver con haberse quedado estancados en una imagen atemporal de los beneficios de la mera agricultura. A esta altura del siglo XXI es muy claro: no existen potencias agrícolas.

La fisiocracia, teoría económica arcaica superada hace más de 200 años, planteaba que sólo el agro producía valor, y el resto de las actividades sociales eran “estériles”. Adam Smith -no Carlos Marx-, sostuvo en 1776, en “La riqueza de las naciones”: Los terratenientes son la única de las tres clases (se refiere también a los asalariados y a los capitalistas) que percibe su renta sin que le cueste trabajo ni desvelos, sino que la perciben de una manera en cierto modo espontánea, independientemente de cualquier plan o proyecto propio para adquirirla. Esa indolencia, consecuencia natural de una situación tan cómoda y segura, no sólo les convierte a menudo en ignorantes, sino en incapaces para la meditación necesaria para prever y comprender los efectos de cualquier reglamentación pública.

La otra secuencia que hay que tener claro es que el endurecimiento agropecuario, la radicalización desorbitada de la protesta, no se produce después del discurso de Cristina Fernandez, sino antes. Toda la argumentación sobre un supuesto discurso confrontativo, que denigró, ofendió u ofuscó al sector es inaceptable, porque no están luchando por estilos políticos. No hay nada que ofenda en el discurso, salvo que argumentó y defendió una política pública. ¿Qué debe hacer un jefe de estado que toma una decisión que considera correcta? ¿Retirarla ante la amenaza? ¿Pedir perdón por haberla tomado? ¿Lamentarse públicamente de defender el interés general, confesar que se equivocó al hacerlo? Cuando desde ese mismo lugar institucional se lanzó la frase (insólita en un país moderno) “Ramal que para, ramal que cierra”, no apareció ningún escandalizado de los actuales por la soberbia y la dureza presidencial.

Ese argumento –la supuesta vocación ofensiva y confrontativa presidencial- repetido al unísono por los representantes agrarios y los medios busca el progresivo desgaste mediático de la figura presidencial, en pos de su posterior desplazamiento.

El tema de la “soberbia” y la “provocación”, sirven para crear un clima emocional de enojo irracional con el gobierno, una suerte de “ofensa inadmisible” que no estaría en las palabras, sino… “en el tono”. Parece demasiado poco como para justificar el pedido que empezó a escucharse la semana pasada, a pocos meses de asumir, que se vaya.

¿Están negociando dos sectores, dos “bandos” equivalentes, como lo presenta masivamente la prensa?

De la respuesta que se dé a esta pregunta dependen muchas cosas. Si se cree que se trata de una negociación entre un interés sectorial (propietarios agrarios) y la institución que representa al conjunto del país, que es mucho más que la suma de sus partes (el estado), es inadmisible cualquier intento de imposición de medidas de parte de la primera sobre la segunda. Son dos niveles cualitativamente distintos, y no puedo sino prevalecer el segundo sobre el primero.

Si se contesta que son equivalentes, se toma al estado como una facción más de intereses (como cualquier otra), o se eleva al sector agrario a la categoría de poder político con capacidad constituyente (establecer y aplicar leyes). En este último caso, se abre una puerta a la total descomposición política e institucional. Los medios de comunicación, masivamente, han contestado claro: son equivalentes.

Hay sectores económicamente poderosos (banqueros, industriales, agro, servicios) acostumbrados a que el estado argentino no tenga poder, y no pretenda ejercerlo. Aguantan un gobierno ajeno a sus filas si es impotente o pusilánime. Si pretende gobernar –en el sentido de tomar decisiones sin pedir su aprobación- empieza la retahila de epítetos: inmediatamente se sienten agradedios, avasallados, amenazados, “peligran las libertades”. Aparecen las alusiones, como si fueran parte del cuerpo diplomático norteamericano, a Cuba, Chávez, y Evo Morales: el universo oscuro e incontrolado.

Regulación, para ellos, es opresión. Libertad, en cambio, es el ejercicio ilimitado de su poder, como si no existiera sociedad. Los amenaza la regulación estatal, un gobierno que gobierne, que no sea un mero transcriptor de demandas sectoriales como fue el menemismo y la alianza. Más allá de este gobierno, los varios sectores de poder en Argentina no soportan un estado autónomo. Están felices con el estado capturado e impotente. El kirschnerismo ha hecho muy poco por restaurar las capacidades del sector público, pero tiene cierta autonomía decisional que en este caso les resulta intolerable a algunos de los sectores dominantes. Si algo tienen en común las fracciones propietarias (locales y extranjeras) en Argentina, es su hostilidad a un estado eficaz y autónomo.

El caceroleo de las clases medias tiene diversos orígenes: ingenuos, del tipo “salgo a defender al campo”; despistados, del tipo “está subiendo todo, salgo y protesto”; políticos, del tipo “no los soporto a los Kirshner, a los peronistas, no la soporto a esa tipa”; y hasta festivos, del tipo “vamos a hacer un poco de ruido a la calle”. El análisis político tiene sus limitaciones: hay un espacio difuso en el accionar colectivo, donde pueden converger múltiples y variopintas sensibilidades en hechos sociales que no se controlan ni entienden. Apoyan las causas imaginarias que flotan en sus cabezas, desconocen los resultados concretos –políticos- de sus actos, y despúes se desresponsabilizan y buscan a quien echarle la culpa: siempre se puede salir a cantar “que se vayan todos”.

¿Qué es lo que devela esta crisis? La debilidad del kirschnerismo como construcción política, la debilidad del apoyo partidario y sindical (PJ, FPV, CGT, 62 Organizaciones), la debilidad de la estructura social que lo respalda (¿y los industriales dónde están? ¿y los muchos otros beneficiados por la expansión de estos 5 años?), la debilidad de los supuestos factores de poder “comprados”, como los medios que deberían ser “amigos”. Una enorme endeblez que ha sido puesta de manifiesto por la embestida de las entidades agropecuarias y sus diversos aliados urbanos.

Debilidad que, por otro lado, no sería tal si el gobierno fuera capaz de poner en movimiento al conjunto de sectores afectados por la rebelión de los propietarios agropecuarios, que son muchos. ¿Quiere? No quiere, porque implica establecer un compromiso programático. Implica aceptar un monitoreo externo –aunque sea de aliados. Implica interlocutores. No quiere. Por ahora. Los acontecimientos encontraron al gobierno semi-desnudo. La presencia de los militantes piqueteros en Plaza de Mayor cortó el día martes una movilización de sectores medios porteños dispuestos a luchar por su propia destrucción, por su propio empobrecimiento, por entronizar en el gobierno a quienes los van a reprimir en serio.

La acción solitaria y decidida de los grupos de D´Elia y Pérsico contrasta con el silencio abrumador de los sindicatos, la CGT, el partido justicialista, y los militantes K, que brillaron por su ausencia en una situación extremadamente fluida que a medida que pasaban las horas se radicalizaba políticamente en contra de la Casa Rosada. Es parte de la endeble construcción kischnerista, que fue puesta a prueba (y lo seguirá siendo) por un bloque social inesperado, cuya punta de lanza son los más débiles y enardecidos de los propietarios rurales. El justicialismo, en el cual las convicciones casi no existen, respeta a los líderes que garantizan posiciones de poder. ¿Qué pasa cuando estos se tambalean? Lo que a Menem y a Duhalde: a la basura, y busquemos otro. Dado que no es la lealtad precisamente el atributo más abundante en la dirigencia justicialista, bien puede haber mucha gente en este momento jugando internamente al debilitamiento/derrota del kirscherismo para “reposicionarse”.

La derecha argentina es antidemocrática. Lo ha sido sin tapujos en el pasado, y no ha cambiado. No ha hecho nada sincero en materia de discusión sobre su participación en la destrucción de las instituciones democráticas y el asesinato de personas. Ninguna fracción importante ha producido en su seno una ruptura seria con el pasado. Ni ha surgido un líder de derecha convincentemente democrático. A lo sumo, se callan la boca, y dicen que hay que “mirar para adelante”. Esta derecha ha estado relegada por las circunstancias políticas luego del desastre provocado por sus ministros de economía, que estalló en 2001. En las decisiones importantes, esta derecha gobernó ininterrumpidamente desde 1989, pero luego de 2001 debió esperar. Cuando uno lee su prensa, desde el comienzo de la asunción de Kirschner, es clara su posición golpista. Ahí está el artículo de Claudio Escribano en la tapa de La Nación diciendo que Kirschner era presidente “por un año”. Son golpistas, no toleran ni a un gobierno de centro. Son autoritarios y no han podido intervenir políticamente hasta ahora ya que han estado acotados por las condiciones políticas locales e internacionales. Pero están buscando la brecha por la cual irrumpir, para lo que necesitan, entre otras cosas, el fuerte desgaste del poder presidencial –que disgregaría a la precaria coalición política kirschnerista- para desplazarla cuanto antes. Para eso hay que desagregar la coalición electoral kirschnerista, alienándola de sectores sociales amplios: nada mejor que la agresión inflacionaria. El kirschnerismo se viene mostrando impotente para administrar una inflación en incesante aumento, y nada sería más oportuno que darle un envión adicional a los precios mediante fuerte incremento de los productos básicos. Ahí esta el lock-out agrario.

La derecha supo armar con una velocidad pasmosa un frente cívico que aceleró en horas su protagonismo transmutando el tema del “campo” en el tema del poder.

La derecha ha aprendido. Está usando en 2008 métodos de piquetes y movilización popular para sus propios fines. Articula lucha económica, política, mediática y cultural. Hasta aparecieron las típicas oleadas de rumores de saqueos y violencia de 1989 y 2001. Y el “que se vayan todos”, y el “que renuncie”. Alguien comparó la movilización y caceroleo del martes con las jornadas de diciembre de 2001, pero en diciembre de 2001 la clase media salió a reclamar por sus ahorros, para que se los restituyeran. Hoy sale a pedir que la despojen mediante un estallido inflacionario y el desfinanciamiento del estado.

Elisa Carrió contribuye al empobrecimiento del debate sobre los fenómenos económicos y políticos. Su afirmación reiterada de que el dinero recaudado por las retenciones iría a parar a Kirschner y De Vido retrotrae la argumentación a aquel latiguillo que decía que “Cuando Perón llegó a la Presidencia los pasillos del Banco Central estaban abarrotados de lingotes de oro, y cuando se fue no había nada”. Conclusión para bobos: se los había robado. Reducir los debates económicos a problemas de ladrones no sirve, y desvía de lo central. Se debió debatir en su momento si la política económica peronista llevaba o no a un callejón sin salida, y se debería debatir ahora si ésta es una buena política económica o si es estéril para salir del subdesarrollo. El eje ladrones/probos no contribuye a iluminar la base de los problemas argentinos. La propia Carrió debería reflexionar sobre su evolución política que la acerca cada vez más a las perspectivas de los macro-ladrones financieros del país. Además, si la derecha logra -con la colaboración militante de Carrió- el desplazamiento del kirschnerismo, no van a ir a buscar después a una señora que habla de equidad social, precisamente. Es difícil ver a los vaciadores de la Argentina encolumnarse en la cruzada moral republicana.

El enfoque resdistributivo del kirschenrismo es casi neoliberal: por ósmosis, poco a poco, aparece trabajo, malo, mal pago, pero se reduce el desempleo. Los componentes del salario indirecto brillan por su ausencia, y el acceso a la vivienda está aún más lejano que en los ´90. El salario real está estancado, carcomido por una inflación seria que el kirschnerismo se empeña –en un episodio de verdadera demencia política- en negar. Esa debilidad no ayuda a construir lealtades firmes en vastos sectores de la población. Esas lealtades firmes harían más falta que nunca en un momento de confrontación con un actor con poder como el que se está enfrentando.

Asusta la inmovilidad de la sociedad civil agredida por la crisis. Parece que las asociaciones de consumidores no tienen nada que decir sobre el desabastecimiento ni sobre las estrategias para enfrentar la escalada de precios. Los sindicatos no tienen nada que decir, ni qué defender, en relación a la caída del salario real. Su función parece limitarse a pedir aumentos nominales de salario, y no a luchar para mantener el poder de compra de los mismos. Recién a 19 días del paro, uno de los aliados más nobles del gobierno, los organismos de derechos humanos, sacaron un comunicado caracterizando acertadamente lo que se está disputando en este momento. La pasividad de los sectores que deberían mostrar autonomía y agilidad frente a hechos que los involucran plenamente, contrasta con la acción tajante de los propietarios agrarios y la derecha.

La lucha de clases por la riqueza generada es asimétrica en la Argentina: los que quieren despojar a los más pobres no enfrentan un contrapoder social que los equilibre, sino a un gobierno apoyado en aparatos semivacíos, centrado en una construcción verticalista y cerrada, que no quiere estar sometida a compromisos sociales que aten su decisionismo. Los que van a ser despojados, mediante una caída real y significativa en sus ingresos (el 80 % de la población), miran por televisión, y en un 60 % apoya “al campo”. Lo que está en discusión no es si con el kirschnerismo se vive bien: lo que en estos días se puede definir, es si pasaremos a vivir francamente peor.

Cuando surgió el kirschnerismo, allá por 2003, lo entendimos como una postura que –insólita, inesperadamente- se ubicaba a la izquierda de lo que era el promedio político de la sociedad argentina. Recordemos: luego de 12 años de destrucción neoliberal, sus representantes sacaron el 40% de los votos y la primera minoría electoral. Los otros contendientes no tenían una misma posición. La ubicación en el espectro político es siempre relativa, no es que el kirshnerismo tenga un proyecto de liberación, pero la sociedad lo tiene menos aún. ¿Cuánto tiempo podía durar este fenómeno políticamente “irrepresentativo”–en el mejor sentido de la palabra- de una agenda pública dictada por el kirschnerismo? ¿No es razonable que la estructura política “ajustara” en dirección a la verdadera correlación de fuerzas? ¿y porqué no sería así, si no se hizo nada ni desde adentro ni desde afuera del gobierno para que mejorara el nivel de comprensión política de la sociedad?

Y al mismo tiempo nos preguntamos: ¿dónde parará el envión hacia la derecha?

¿Se correrá el fiel de la balanza institucional hacia un reflejo más ajustado a lo que es esta sociedad, o seguirá corriéndose hacia la derecha, aún más lejos?. ¿Porqué, una vez descubierta la debilidad del kirschnerismo, habría que detenerse en doblegarlo solamente por el tema de las retenciones? ¿No hay una amplia agenda de la derecha política y económica aún insatisfecha?
Esto dejó de ser un problema económico-social, de puja distributiva, y se transformó en un problema político, de poder. Según la correlación de fuerzas, en el mejor de los casos, continuarán las retenciones móviles. Si la dinámica política continúa como hasta hoy, domingo 30, puede ser que las medidas que provocaron el lock-out sean retiradas, con el consiguiente debilitamiento del gobierno, a favor de la derecha. Si ésta aprovecha este momento de auge, ahora que están expuestas las debilidades del poder kirschnerista, puede arrinconar al gobierno, y obligarlo a entrar en una lógica de medidas antipopulares que aceleren su degaste.