En la Argentina la desdolarización del sistema financiero fue una consecuencia de la devaluación y pesificación de depósitos y créditos que siguió al fin de la convertibilidad. La misma implicó la confiscación de los ahorros de los depositantes y la licuación de las deudas de muchas empresas, incluso empresas extranjeras y grandes grupos locales como el multimedio Clarín. Se estima que la pesificación de las deudas realizada por Eduardo Duhalde, implicó una transferencia de ingresos hacia la cúpula empresarial del orden de los 4000 millones de dólares, cuyo costo fue repartido entre los ahorristas y el Estado (que entregó un bono a los bancos cubriendo el diferencial al que se pesificaron las deudas y los depósitos). A partir de allí, el nivel de dolarización del sistema financiero local fue muy menor, manteniéndose por debajo del 5% de los depósitos y los créditos. Sin embargo, ello no significa que quienes operan en nuestra economía ya no se endeuden o depositen sus ahorros en activos en dólares, sino que lo hacen por fuera del sistema local. Entre 2009 y 2003, la fuga de capitales fue de más 40 mil millones de dólares y el endeudamiento externo del sector privado se incrementó en otros 33 mil millones. Esta perversa lógica financiera de regalar nuestros ahorros y pedirlos luego prestados a los mercados financieros externos es hija de una legislación que viene de tiempos de la última dictadura militar. A 35 años de aquel golpe, es tiempo de sumar a las finanzas al proyecto nacional, poniéndolas al servicio de la producción y la creación de empleo.
*Economista del CEMOP, Docente de la Catedra Nacional de Economia Arturo Jauretche y de Historia del Pensamiento Economico II (Pensamiento Economico Argentino) UBA-FCE