Bien pensado el celebrar los 30 años del triunfo de la Revolución Sandinista con la proclamación de Nicaragua, por segunda vez, como territorio libre de analfabetismo. Ese derrotero cumplido basta para subrayar el hilo que enlaza al proceso iniciado el 19 de julio de 1979 con esta vuelta a la presidencia de Daniel Ortega, que ha enhebrado nuevamente la agujeta de tejer y construir.
La vida de Nicaragua en los últimos dos años permite confirmar que sí: la Revolución continúa.
Los propósitos retomados exhiben la devastación dejada por el duro neoliberalismo que impusieron los gobiernos conservadores desde la inmerecida derrota electoral del sandinismo de febrero de 1990, hasta este mandato.
Es muy profunda la pobreza cuando, como ocurre hoy, la entrega de una res, un cerdo y semillas a las familias campesinas, se convierte en acontecimiento que les devuelve la posibilidad de trabajar y comer.
La propia campaña de alfabetización que concluye era un hecho consumado en los diez años y dos meses de aquella Revolución que derrotó a la dictadura de los Somoza y después, en muy difíciles condiciones, enseñó a leer y escribir a quienes entonces eran iletrados, entregó tierras y viviendas, abrió el acceso a la salud, y luchaba contra un trabajo infantil que en las familias era algo común impuesto por la ancestral pobreza. También dejaba una nueva Constitución que cimentó ese quehacer en pos de la justicia.
Precisamente, los ciudadanos que se gradúan este domingo son parte viviente del legado dejado por 16 años de liberalismo que destejieron lo avanzado, para que el hilo volviera, inmóvil, a la madeja.
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