“Los mercantilistas”
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
El mercantilismo fue la corriente de ideas económicas predominantes en Europa durante la etapa de conformación de algunos de sus principales Estados nacionales (siglos XV-XVIII). La Francia del rey Luis XIV se destacó por el impulso a esas doctrinas que pregonaba el ministro Jean-Baptiste Colbert. También Inglaterra hasta alcanzar su consolidación como potencia en el siglo XVIII practicó las políticas económicas que se conocen como mercantilistas. A partir de allí, la doctrina dominante inglesa viró al liberalismo clásico de los escoceses David Hume y Adam Smith, quienes se constituyeron como los principales críticos de la escuela mercantil a la que atribuían una irracional adoración por el oro.
El mercantilismo ponía como centro del interés de la economía nacional obtener un saldo positivo en sus cuentas externas. Prohibiciones de exportar oro, obligaciones a las empresas de exportar para importar y acuerdos comerciales nacionales balanceados no constituyen ideas originales de un ex secretario de Comercio del kirchnerismo, sino que conformaban el ABC de la política económica europea de hace unos siglos. También constituían parte de las prácticas mercantilistas el fomento de la marina mercante y las compañías comerciales, el desarrollo industrial a través del proteccionismo, la atracción de mano de obra calificada y de desarrollos tecnológicos, y hasta la generación de empresas productivas de propiedad estatal.
Ese conjunto de prácticas intervencionistas fue criticado posteriormente por la escuela clásica. Una de las más famosas críticas fue realizada por David Hume al desarrollar su teoría flujo-especie de ajuste de las cuentas externas de una nación. Según dicha teoría, un país con saldo favorable en sus cuentas externas, al recibir oro desde el exterior, sufriría una presión inflacionaria interna por exceso de medios de pagos. La consecuente pérdida de competitividad terminaría disminuyendo sus ventas externas e incrementando las compras de productos del exterior, hasta perder el superávit comercial inicial. La doctrina de Hume se basada en la teoría monetaria de la inflación y constituye –hasta hoy– la predominante en instituciones como el FMI. Pese a semejante perdurabilidad, la idea de que no pueden mantenerse prolongados superávit externos ha sido desmentida una y otra vez por la historia económica de las naciones, como es el caso actual de China, que lleva décadas con superávit comercial y acumulación de reservas.
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
El mercantilismo fue la corriente de ideas económicas predominantes en Europa durante la etapa de conformación de algunos de sus principales Estados nacionales (siglos XV-XVIII). La Francia del rey Luis XIV se destacó por el impulso a esas doctrinas que pregonaba el ministro Jean-Baptiste Colbert. También Inglaterra hasta alcanzar su consolidación como potencia en el siglo XVIII practicó las políticas económicas que se conocen como mercantilistas. A partir de allí, la doctrina dominante inglesa viró al liberalismo clásico de los escoceses David Hume y Adam Smith, quienes se constituyeron como los principales críticos de la escuela mercantil a la que atribuían una irracional adoración por el oro.
El mercantilismo ponía como centro del interés de la economía nacional obtener un saldo positivo en sus cuentas externas. Prohibiciones de exportar oro, obligaciones a las empresas de exportar para importar y acuerdos comerciales nacionales balanceados no constituyen ideas originales de un ex secretario de Comercio del kirchnerismo, sino que conformaban el ABC de la política económica europea de hace unos siglos. También constituían parte de las prácticas mercantilistas el fomento de la marina mercante y las compañías comerciales, el desarrollo industrial a través del proteccionismo, la atracción de mano de obra calificada y de desarrollos tecnológicos, y hasta la generación de empresas productivas de propiedad estatal.
Ese conjunto de prácticas intervencionistas fue criticado posteriormente por la escuela clásica. Una de las más famosas críticas fue realizada por David Hume al desarrollar su teoría flujo-especie de ajuste de las cuentas externas de una nación. Según dicha teoría, un país con saldo favorable en sus cuentas externas, al recibir oro desde el exterior, sufriría una presión inflacionaria interna por exceso de medios de pagos. La consecuente pérdida de competitividad terminaría disminuyendo sus ventas externas e incrementando las compras de productos del exterior, hasta perder el superávit comercial inicial. La doctrina de Hume se basada en la teoría monetaria de la inflación y constituye –hasta hoy– la predominante en instituciones como el FMI. Pese a semejante perdurabilidad, la idea de que no pueden mantenerse prolongados superávit externos ha sido desmentida una y otra vez por la historia económica de las naciones, como es el caso actual de China, que lleva décadas con superávit comercial y acumulación de reservas.
Mito completo: El oro y las relaciones externas.
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