Por Andrés Asiain
El establecimiento de un tipo de cambio competitivo ha sido uno eje
de la política económica a partir del fin de la convertibilidad. El
tipo de cambio depreciado ha sido también, la principal herramienta
utilizada para fomentar la capacidad de la industria argentina de
competir con la producción de otros países. Ello es así porque un
dólar caro significa que son caros también los productos
importados. De esta manera, la devaluación del peso encarece el
precio local de los bienes industriales producidos en el extranjero,
permitiendo que los bienes producidos localmente tengan mayores
chances de competir con ellos.
Sin embargo, desde hace algunos años a esta
parte, diversos voceros del mundo industrial han sostenido que esa
competitividad ha mermado por el impacto en los costos de los
aumentos salariales que no fueron acompañados de una devaluación
proporcional del peso. ¿Es esto así? ¿Puede hacerse algo para
mantener la competitividad que no signifique devaluar y reducir
salarios?
En primer lugar, hay que señalar que el tipo de cambio real de la
industria argentina se encuentra en sus máximos niveles históricos.
Si uno observa el tipo de cambio real mayorista con los principales
socios comerciales (Brasil, EEUU, Unión Europea y China) ponderado
por su participación en las importaciones argentinas, se llega a la
conclusión de que los productos importados son aproximadamente un
80% más caros que los locales en comparación a los precios
relativos de finales de la convertibilidad.
La mayor competitividad cambiaria se debe a la
fuerte apreciación del real, que ha encarecido los precios de los
bienes brasileños en relación a los argentinos en aproximadamente
un 150% respecto a los niveles del 2001. La fuerte apreciación del
real ha permitido a la Argentina compensar la pérdida de
competitividad con otros países, especialmente China y. en menor
medida, los Estados Unidos.
En segundo lugar, los costos laborales en la
industria argentina comparados con los precios mayoristas de los
principales países competidores, se han reducido casi a la mitad de
lo que representaban en 2001. Y ello se ha logrado en simultáneo a
un incremento de los salarios reales de los obreros de la industria
de más de un 60% respecto a los niveles de fines de la
convertibilidad. Pero, ¿cómo pueden haber disminuido los costos
laborales y haber aumentado los salarios
reales al mismo tiempo?
Las razones son varias. Por un lado, el costo de
la canasta de consumo, que es la que se
interesa al trabajador, ha aumentado casi un 85% menos que el precio
en pesos de los bienes importados (que es el que interesa cuando se
mide la competitividad precio). La política
de retenciones, la pesificación de las tarifas y los subsidios a los
servicios públicos, son algunas de las herramientas que permitieron
este incremento de los salarios reales sin afectar la competitividad
industrial.
Otro aspecto que permitió la reducción de los
costos laborales en la industria ha sido el fuerte incremento de
la productividad laboral. El producto industrial por trabajador se ha
incrementado en casi un 65% en los últimos 10 años reduciendo
considerablemente el costo salarial por unidad de producto.
Ahora bien, estos datos promedios no alcanzan para
pintar todo el panorama. Existen sectores específicos donde la
competitividad cambiaria se ha deteriorado y los costos laborales se
tornan significativos. Ello es especialmente cierto para algunos
sectores intensivos en mano de obra que compiten con productos de
origen chino. Sin embargo, no es lógico intentar resolver los
problemas de ese sector con una fuerte devaluación del peso.
La política cambiaria es una herramienta demasiado tosca para
políticas sectoriales. Sus efectos redistributivos e inflacionarios
pueden ser demasiado costosos en relación a los beneficios de
competitividad puntual que pueda brindar.
Una posible alternativa es buscar acuerdos regionales que permitan
elevar la protección frente a la competencia extra zona. El contexto
de fuerte apreciación del real puede ser una buena oportunidad para
convencer al Brasil de una política comercial más proteccionista a
nivel MERCOSUR. Y ello puede ser una buena herramienta de defensa de
la industria latinoamericana frente a la previsible avalancha de
productos extranjeros que suele acompañar los contextos de crisis en
el mercado mundial.
Sin embargo, para que el proteccionismo regional
beneficie a todos y no sea simplemente un instrumento de penetración
comercial verde amarillo, debe ser negociado en simultáneo con
acuerdos para balancear el comercio intra zona. Especialmente en el
caso de nuestro país que muestra, año a año, abultados déficits
comerciales con el vecino país.