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lunes, 11 de febrero de 2013

En Infobae-Opinión: El problema no es el control de cambio.

Por Leandro Llorente y Estanislao Malic (Cátedra Nacional de Economía Arturo Jauretche).

La discusión actual sobre las divisas se centra, al menos en el foro mediático, en el precio del dólar y los efectos negativos (principalmente sociales) del control del mercado cambiario. Mi intención es contextualizar este debate en un marco más amplio, tomando en cuenta la importancia que reviste para el crecimiento económico del país.
Antes que nada, vale la pena mencionar que el control de cambios ha sido una herramienta de política económica utilizada en el pasado por gobiernos de diversos colores políticos en contextos de incertidumbre cambiaria, con el fin de evitar que fueran puestas en peligro las reservas internacionales.
Las reservas, generalmente expresadas en divisa, no son más que la capacidad que tiene un país de intercambiar su trabajo local por productos y servicios fruto del trabajo extranjero. Un país que no posee divisas carece del medio para importar los bienes necesarios para su normal reproducción, incluso a pesar de contar con la capacidad de trabajo suficiente para hacerlo. De este modo, las divisas cumplen un rol similar al de cualquier bien que no se produce en el país, es decir, tienen una utilidad que va más allá del mero hecho de ser dinero. Así como es necesario importar medicamentos para curar enfermedades o computadoras para trabajar, las divisas cumplen la función de permitirnos importar. Esto se torna fundamental en un contexto de industrialización que depende de insumos producidos en el exterior, si bien no siempre es del todo tenido en cuenta por la opinión pública debido a otra característica de la economía nacional, que es su gran nivel de dolarización. Antes de proseguir con mi argumentación me parece conveniente hacer un breve paréntesis con respecto a las razones de dicha dolarización.
El sistema productivo nacional se encuentra lo suficientemente diversificado para no depender exclusivamente de las exportaciones primarias, pero no lo suficiente como para aprovisionarse en el medio local de todos los insumos necesarios para su funcionamiento. En adición, la industria requiere divisas que sólo pueden generarse en la cuantía suficiente en el sector agroexportador, el cual únicamente puede expandir su producción en tanto los precios internacionales sean favorables. Simultáneamente, el crecimiento económico motiva el aumento de la demanda interna de productos manufacturados, por lo que trae aparejado un aumento en las importaciones tanto de bienes terminados como de insumos para la industria nacional. Mientras los precios de los bienes primarios exportados se mantienen elevados, la entrada de divisas por exportaciones resulta suficiente para afrontar el incremento en las importaciones. El problema reside en que en la práctica los precios de las materias primas tienden a sufrir fluctuaciones mucho mayores a las de los productos industriales, lo que en períodos bajistas implica que la entrada de divisas por exportaciones sea inferior a la necesidad de los importadores. Este mecanismo operó en forma cíclica durante toda la segunda mitad del siglo XX y es la causa de fondo de todas las crisis externas que resultaron en fuertes devaluaciones del peso hasta los ’70. Durante la última dictadura y en la década de los ’90 se agregó a esta situación el fuerte endeudamiento externo. 

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