Por Andrés Asiain y Lorena Putero (Cátedra Nacional de Economía Arturo Jauretche).
La reminiscencia de la Argentina agroganadera de comienzos del siglo XX renace hoy de la mano de la expansión del cultivo de la soja y el alza de su cotización internacional. El mito extiende a todos los argentinos los intereses de una pequeña minoría ligada al negocio agrícola de exportación, y su reverdecer muestra las dificultades que aún persisten para consolidar un proyecto de país alternativo al de la generación del ochenta.
El valor de la producción agrícola y ganadera argentina representa alrededor del 10 por ciento del valor del Producto, y tan sólo el 5 por ciento si se lo mide con los precios relativos de los años noventa. Adicionalmente, aun si se suma la minería y la pesca, los trabajadores asalariados del sector primario son unos 467 mil, es decir, poco más del 3 por ciento de los asalariados del país. La gran rentabilidad del sector, que se manifiesta en la valorización de los campos (la hectárea de la zona núcleo pasó de 3000 a 16.000 dólares entre 2003 y 2012), no se manifiesta de la misma manera en el bolsillo del peón. Los pocos que trabajan el campo continúan percibiendo salarios por debajo del promedio de las actividades –aun la porción que está registrada–.
La fuerte alza del precio de algunos productos de exportación como la soja y el maíz genera la fantasía, en parte de la clase dirigente, de repetir el centenario rol de proveedor mundial de alimentos e importador de manufacturas. Esta vez, nuevas naciones en proceso de industrialización, como China e India, ocupan el lugar que otrora tenía Gran Bretaña. Sin embargo, ese proyecto de país no genera prosperidad siquiera para todo el campo. Las producciones regionales, e incluso los tambos y la ganadería, se ven acorralados por costos crecientes –como los arriendos– que se fijan a precio soja. La consecuencia es el desplazamiento de los productores y el encarecimiento de los alimentos que consumen todos los argentinos, acicateando la carrera salario-precio y dando un nuevo impulso a la inflación.
El valor de la producción agrícola y ganadera argentina representa alrededor del 10 por ciento del valor del Producto, y tan sólo el 5 por ciento si se lo mide con los precios relativos de los años noventa. Adicionalmente, aun si se suma la minería y la pesca, los trabajadores asalariados del sector primario son unos 467 mil, es decir, poco más del 3 por ciento de los asalariados del país. La gran rentabilidad del sector, que se manifiesta en la valorización de los campos (la hectárea de la zona núcleo pasó de 3000 a 16.000 dólares entre 2003 y 2012), no se manifiesta de la misma manera en el bolsillo del peón. Los pocos que trabajan el campo continúan percibiendo salarios por debajo del promedio de las actividades –aun la porción que está registrada–.
La fuerte alza del precio de algunos productos de exportación como la soja y el maíz genera la fantasía, en parte de la clase dirigente, de repetir el centenario rol de proveedor mundial de alimentos e importador de manufacturas. Esta vez, nuevas naciones en proceso de industrialización, como China e India, ocupan el lugar que otrora tenía Gran Bretaña. Sin embargo, ese proyecto de país no genera prosperidad siquiera para todo el campo. Las producciones regionales, e incluso los tambos y la ganadería, se ven acorralados por costos crecientes –como los arriendos– que se fijan a precio soja. La consecuencia es el desplazamiento de los productores y el encarecimiento de los alimentos que consumen todos los argentinos, acicateando la carrera salario-precio y dando un nuevo impulso a la inflación.
Mito completo: Una buena cosecha y nos salvamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario