Por Rodrigo López
La independencia económica, entendida como la posibilidad de que las principales decisiones que orientan el desarrollo económico de un país queden en mayor medida bajo la órbita de una representación política soberana, fue encarada con determinación sólo tres veces en la historia argentina, una vez en cada siglo: 1810, 1946 y 2003, y siempre en la misma plaza.
La primera fue en el marco de la Revolución de Mayo. El gobierno patrio nació discutiendo el bloqueo comercial español. La contrapartida no fue pedir el libre cambio, como gusta anunciar la historia liberal. Los próceres de mayo no propusieron quitar aranceles sino, incluso, subirlos hasta proteger la manufactura local. Sólo pedían poder comerciar y elegir con qué países hacerlo. Con la Revolución, el plan económico del Plan de Operaciones elaborado por Mariano Moreno incluyó otras medidas de independencia económica como la fijación del valor del dinero, el control de capitales (impedir la fuga del oro) y la promoción de manufacturas. Todo eso con el objetivo de cumplir la máxima que los guiaba: “El mejor gobierno es el que hace feliz al mayor número” de personas.
Salvando algunos atributos proteccionistas del segundo gobierno de Rosas, como la Ley de Aduanas y la resistencia en la Vuelta de Obligado a los 20 buques de guerra que escoltaban a los 100 mercantes, hubo que esperar hasta 1946 para ver un programa de gobierno orientado a la independencia económica. El peronismo la tomó como la primera de sus tres banderas, siendo la condición de posibilidad para la soberanía política y la justicia social. Entre las principales medidas se destacaron la nacionalización de los trenes, los servicios públicos, el banco central, el régimen de depósitos y el comercio exterior. Y se puso fin a la larga historia de la deuda externa nacida con Rivadavia.
Tras décadas de proscripciones y dictaduras, con el brevísimo interregno del intento de 1973, la recuperación de la constitucionalidad en 1983 no buscó cortar la dependencia económica enredada en las nuevas formas del capital financiero internacional. Recién en los gobiernos kirchneristas, a partir del 25 de Mayo de 2003, resurgió la posibilidad de retomar los resortes de la economía nacional con medidas como el pago anticipado al FMI, el desendeudamiento con fuerte quita, la nacionalización de aerolíneas, aguas y correos, YPF, ferrocarriles y del sistema de seguridad social, con disolución de las AFJP y con la reforma de la carta orgánica del Banco Central.
Ese conjunto de políticas económicas se fue tomando en función de las necesidades y de la correlación de fuerzas, que no siempre fue el resultado de un número favorable, sino de la audacia política de una dirigencia que comenzó “con menos votos que desocupados” y que concluye su mandato con el apoyo de la juventud que evoca su nacimiento político en el velatorio de Néstor… otra vez en la plaza.
Estas tres experiencias dejan nombres de peso para la historia nacional: Moreno, Belgrano, Perón y Evita y, sin duda, lo serán Néstor y Cristina. De todos modos, en los tres casos no puede perderse de vista que la condición de posibilidad la da el pueblo organizado y movilizado a la plaza, que primero fue la Plaza Mayor (por tamaño), luego la Plaza de la Victoria (tras las Invasiones Inglesas), la Plaza de Mayo (tras el gobierno patrio) y, para significar la época actual y cimentar el futuro, debería proponerse el nombre de “Plaza de las Madres”.
La Revolución de 1810 fue posible después de las invasiones inglesas, cuando los criollos se dieron cuenta de que la defensa del territorio no la daba España, sino el pueblo en armas en la Plaza. La revolución política que significó el peronismo transformando la economía y la sociedad con la participación popular en el Estado no hubiera sido posible sin el 17 de octubre de 1945 en la Plaza de las Madres. Lo propio podemos decir del espacio abierto para el kirchnerismo sin la resistencia de los movimientos sociales al neoliberalismo infinito coronados con la revuelta popular del 19 y 20 de diciembre de 2001 en la misma plaza.
A pocos meses de las elecciones presidenciales, para identificar qué candidatos representan la continuidad o el cambio, algunos nos la hacen fácil diciendo “hay que hacer lo que diga Griesa”, como en el pasado decían “lo que diga Beresford”, “lo que diga Cisneros”, “lo que diga Braden”, “lo que diga el FMI”. A los candidatos propios les cabe también una pregunta: ¿cuáles son las políticas que apuntalan la independencia económica y quiénes son las bases sociales organizadas que las van a defender en la Plaza de las Madres?