Los cambios que conoció el mundo agrario desde los años noventa son de carácter estructural, es decir, difícilmente se podrán modificar en el corto plazo. El incremento de la demanda de soja por parte de China y de India fue de tal magnitud que, como en el caso de todas las materias primas, requirió un cambio en la escala y en la forma de producción de los recursos naturales. Esos cambios son perceptibles en el tipo de cultivo que ofrece la Pampa Húmeda: ya no encontramos esas tierras de cereales y alfalfa habitada por vacas de razas inglesas, cuidadas por numerosos trabajadores rurales, sino que cualquiera que tome la Ruta 9 se encontrará con un desierto verde, monótono, donde predomina la soja de forma casi excluyente.
Pero no sólo cambió lo aparente, sino que también se modificaron en estos años gran parte de la forma de producción, de financiamiento, la logística de acopio y de transporte. Esta transformación se realizó sobre la base de cambios institucionales articulados entre sí, como la privatización de los puertos, de la red ferroviaria, el desmantelamiento de las Juntas Nacionales y la venta de acopios públicos. Sobre esa base institucional se erigieron nuevos esquemas de producción y financiamiento que tendieron a favorecer la expansión de la soja a expensas de otros cultivos y de la actividad pecuaria. La nueva forma de producción, al requerir mayor escala, implicó nuevos insumos, nuevas semillas y nuevas maquinarias para poder adecuarse a la nueva y creciente demanda de nuevos compradores. El surgimiento de proveedores como Monsanto y los propios pools de siembra, provenientes de otros sectores de la economía, no sólo cambió el panorama productivo sino también modificó los actores con presencia en el mercado. [...]
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