Por Andrés Asiain
En una conferencia organizada por el Cicyp, varios dirigentes de las principales empresas del ramo industrial demostraron su gusto por la práctica del sadomasoquismo intelectual, al escuchar con regocijo las diatribas antiindustriales de algunos gurúes de la ortodoxia económica. “La mesa está puesta esencialmente para la sustitución de importaciones, con altos aranceles y, entonces, sectores que tienen ventajas competitivas, como el agro, sufren derechos de exportación” empezó fustigando el ortodoxo castigador. “Como con cerrar la economía no alcanza, para crecer le dan gas a la demanda. Y ahí viene el gasto público: a la larga, los déficit fiscales generan situaciones de quiebre. Si no lo corregimos, vamos a volver a épocas aciagas”, continuó sin piedad. La Argentina debe abandonar el “populismo industrial” y “dedicarse a vivir del libre comercio, sin aranceles ni retenciones” sentenció ante un auditorio donde el pecado industrial de algunos dirigentes de empresa se redimía escuchando el sermón liberal.
La tesis del “populismo industrial” es de larga tradición en el liberalismo argentino, y nace como una condena intelectual a los procesos de industrialización por sustitución de importaciones que incrementaban el empleo y el ingreso popular, alejándonos de la utopía conservadora de un país barato y exclusivamente agroexportador. Para los sectores que venden al mercado mundial, el desarrollo industrial apoyado en un mercado interno pujante impulsado por políticas públicas de expansión de la demanda, es fuente de crecientes costos y, por ende, de una menor rentabilidad: la protección de la industria nacional obliga a adquirir maquinarias e insumos a un precio mayor que el de libre importación; el elevado empleo incrementa los salarios; el mercado interno en expansión, provoca el encarecimiento de los servicios profesionales, de transportes y comercio; las políticas de gastos públicos crecientes tienden a incrementar la carga impositiva para su financiamiento. [...]
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