Expresión de la época.
Por Martín Burgos (Cátedra Nacional de Economía Arturo Jauretche-CCC).
Sabemos que las instituciones no son más que la cristalización del
estado de la disputa entre bloques sociales en un período dado. Así es
como la hegemonía liberal de los años ’90 creó la Organización Mundial
del Comercio, entre otras cosas, para administrar a nivel mundial un
sistema de comercio que reafirma las desigualdades básicas entre centro y
periferia: mientras se permitió proteger a los sectores agrícolas de
los países centrales mediante subsidios, la industria de los países
periféricos sufrió una apertura sin precedente, con fuertes limitaciones
en el uso de las herramientas de protección.
La crisis económica mundial abre un escenario propicio para cambiar
esa institución. Por un lado, porque la principal respuesta de todos los
países frente al desempleo, a los problemas de balanza comercial y las
fuertes turbulencias en el mercado monetario mundial, pasa por un
incremento del proteccionismo. Su implementación responde a variedades
de coyunturas: algunas medidas son tomadas con el único objetivo de un
control social de la población, mientras en otras se toman para impulsar
el desarrollo de una industria nacional. Pero la consecuencia para una
institución como la OMC es similar: se disgrega su legitimidad, ya
maltrecha desde las manifestaciones de Seattle en 1999. Sus últimos
informes muestran indicadores que instalan una “tendencia inquietante”
dada la cantidad de medidas que están tomando todos los países, y que
incluso ya desbordan los límites que estaban permitidos en su marco.
Frente a eso, la OMC aparece como mera gestora de las “diferencias”
comerciales, cuando no simple espectadora, y sólo puede llamar a los
gobiernos a no “ceder al canto de las sirenas” de la protección y la
sustitución de importaciones.
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