Cómo se construye un imperio.
Por Andres Asiain y Lorena Putero
La historia de la conformación del imperio británico muestra que no sólo estuvo hecha por astutos diplomáticos e ingeniosos industriales. También colaboraron en la empresa una serie de bandas dedicadas al crimen organizado. El robo, la trata de personas y la venta de droga no han sido patrimonio exclusivo de emprendedores del Tercer Mundo, como sugiere el cine hollywoodense. Por el contrario, han sido las principales actividades de una serie de compañías comerciales con apoyo estatal que permitieron la consolidación de Inglaterra como potencia mundial.
En su genial libro Piratas, filibusteros, corsarios y bucaneros, el economista argentino Enrique Silberstein cuenta que el negocio de la piratería cotizaba en la Bolsa de Londres. La adquisición de los barcos, víveres y armamentos que se lanzaban al saqueo de pueblos y abordaje de barcos (principalmente españoles) se sostenía con la colocación de acciones que a la vuelta de la expedición rendían sus respectivos dividendos. Uno de los más rentables, sin duda, fue el del pirata Francis Drake, que pagó dividendos del 10.000 por ciento por sobre el capital invertido. Fue tan impresionante la fortuna obtenida por el famoso pirata del robo de poblados americanos y barcos españoles, que permitió a la reina Isabel (la corona británica era una de las principales inversionistas) cancelar la deuda externa con los holandeses y sentar las bases de la posterior hegemonía de la libra en las finanzas mundiales. Así lo señala John Maynard Keynes, en A trataise of Money, donde indica que con el sobrante de la cancelación de la deuda (unas 42.000 libras) se financió a la compañía de Levante, una empresa colonial que permitió la posterior conformación de la Compañía de Indias Orientales, con la que luego dominarían India y China. Como agradecimiento a sus servicios, en 1581, la reina nombró sir al pirata en una ceremonia realizada a bordo de su famoso Golden Hit.
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