Memoria inflacionaria.
Por Andres Asiain y Lorena Putero
Un comodín de los economistas ortodoxos para objetar las políticas heterodoxas es la “memoria inflacionaria”. El ingrato recuerdo de la elevada inflación que acompañó a la economía entre mediados de los setenta y principios de los noventa, habría generado una sensibilidad especial en materia de precios en la sociedad. Esa memoria provocaría que ante una mínima señal de incremento en el nivel general de precios se generen reacciones de compra masiva de dólares y fuertes remarcaciones precautorias que podrían terminar impulsando un autocumplido desborde inflacionario. La forma de evitarlo sería mediante la aplicación de políticas de austeridad más duras que en los países que no sufrieron traumas inflacionarios en su pasado. Son los economistas ortodoxos los que paradójicamente carecen de buena memoria. Por eso es importante recordar que la elevada inflación de las décadas pasadas, con sus picos hiperinflacionarios, no se debió a la falta de aplicación de políticas ortodoxas, sino más bien a lo contrario. El primer impulso a los precios lo dio Celestino Rodrigo, con un enorme incremento en el valor del dólar y las tarifas. Un plan ortodoxo con todos sus ingredientes de apelación a la competitividad, el déficit público y los precios de equilibrio, que multiplicó por cinco la tasa de inflación, construyendo un piso inercial de tres dígitos que duró 15 años.
Los episodios de hiperinflación fueron consecuencia de la política poco heterodoxa de Martínez de Hoz que, con la excusa de combatir la inflación, fomentó el endeudamiento externo y el ingreso de inversiones especulativas para financiar el atraso cambiario y la apertura. Cuando la Reserva Federal (banca central estadounidense) subió la tasa de interés y en el mundo dejaron de “sobrar dólares”, estalló a nivel regional la crisis de la deuda, dejando a nuestro país en una situación de insolvencia externa, corridas cambiarias y estallidos en el valor del dólar que terminaron en hiperinflación.
Por Andres Asiain y Lorena Putero
Un comodín de los economistas ortodoxos para objetar las políticas heterodoxas es la “memoria inflacionaria”. El ingrato recuerdo de la elevada inflación que acompañó a la economía entre mediados de los setenta y principios de los noventa, habría generado una sensibilidad especial en materia de precios en la sociedad. Esa memoria provocaría que ante una mínima señal de incremento en el nivel general de precios se generen reacciones de compra masiva de dólares y fuertes remarcaciones precautorias que podrían terminar impulsando un autocumplido desborde inflacionario. La forma de evitarlo sería mediante la aplicación de políticas de austeridad más duras que en los países que no sufrieron traumas inflacionarios en su pasado. Son los economistas ortodoxos los que paradójicamente carecen de buena memoria. Por eso es importante recordar que la elevada inflación de las décadas pasadas, con sus picos hiperinflacionarios, no se debió a la falta de aplicación de políticas ortodoxas, sino más bien a lo contrario. El primer impulso a los precios lo dio Celestino Rodrigo, con un enorme incremento en el valor del dólar y las tarifas. Un plan ortodoxo con todos sus ingredientes de apelación a la competitividad, el déficit público y los precios de equilibrio, que multiplicó por cinco la tasa de inflación, construyendo un piso inercial de tres dígitos que duró 15 años.
Los episodios de hiperinflación fueron consecuencia de la política poco heterodoxa de Martínez de Hoz que, con la excusa de combatir la inflación, fomentó el endeudamiento externo y el ingreso de inversiones especulativas para financiar el atraso cambiario y la apertura. Cuando la Reserva Federal (banca central estadounidense) subió la tasa de interés y en el mundo dejaron de “sobrar dólares”, estalló a nivel regional la crisis de la deuda, dejando a nuestro país en una situación de insolvencia externa, corridas cambiarias y estallidos en el valor del dólar que terminaron en hiperinflación.
Mito completo: Los precios y la ortodaxia.
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