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miércoles, 23 de julio de 2014

En Página/12: El hombre del martillo.

Por Rodrigo López.

En estos días, la suerte de la reestructuración de la deuda argentina parece verse jaqueada por la decisión de un hombre, el juez Griesa. Sus facciones angulosas y la brutalidad con la que persigue su idea de justicia nos recuerdan al policía que interpreta Clint Eastwood en Harry el Sucio. Thomas el Sucio no lleva una Magnum 44, se vale de la herramienta más antigua que inventó el hombre: un martillo. Ambas representan el poder, como muestra la animación de los martillos marchando en The Wall. De hecho, la sátira televisiva de Harry el Sucio era Sledge “Martillo” Hammer.
Diversas formas y materiales adecuan este artefacto para clavar, planchar, embutir, forjar, cincelar, encastrar. En cambio, el martillo para juzgar no tiene más utilidad que aquel subproducto molesto de todos los martillos: el ruido. Los únicos que usan los martillos con este fin son los jueces y los excitados “martilleros” de las subastas.
Los manuales de uso no dicen más que lo ya sabido por las películas norteamericanas: dos golpes, comienzo de la sesión; un golpe, cierre de la sesión. Cuando éste coincide con el fin del juicio, el golpe del martillo reviste una impronta más dramática porque el juez lo blande inmediatamente después de haber leído la sentencia, coronando su acción con el sonido de lo inapelable.
Su uso para el pedido de “orden en la sala” no está prescripto en los manuales oficiales. No podía ser de otra manera. Este recurso usual funciona invirtiendo las posiciones: el sujeto que representa la razón, el tino, la palabra justa, se impone sobre los presentes a martillazos limpios, las más de las veces mostrándose bastante sacado.
Los jueces norteamericanos bien podrían reemplazar los gavels (tal como se llama a estos martillos) por otro dispositivo, por ejemplo un silbato, como sus pares del fútbol. O mejor, por una chicharra con luces y sonido, que podría accionarse apretando un botón. Pero no. Necesitan tener un arma en la mano, con un agarre fálico, que no se limite a una exhibición simbólica para representar la autoridad, sino que además debe tener funcionalidad. Tiene que poder ser blandida con violencia.

Nota completa: El hombre del martillo.

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