La economía nacional es como la familiar.
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
Una estrategia utilizada por los economistas ortodoxos para dar apariencia de sentido común a sus argumentaciones es la de realizar analogías entre el funcionamiento de la economía nacional y la familiar. Los déficit públicos son rechazados bajo el argumento de que una familia que gasta más de lo que gana termina mal. El fomento del consumo es censurado señalando que, así como cualquier familia debe reducir sus gastos para ahorrar más, lo mismo sucede con la economía de un país. De esa manera, los gobiernos con déficit presupuestario que fomentan el consumo nacional son condenados como si se tratara de malos padres de familias que dilapidan la economía de su hogar.
El problema del argumento ortodoxo es que en ningún momento explica por qué la economía nacional sería igual que la familiar. Como señala el economista norteamericano John Kenneth Galbraith en el libro El dinero, “la comparación con la familia es poco convincente. Que algo tan masivo, diverso, complejo, amplio, como el gobierno de los Estados (...), esté sujeto a las mismas reglas y constreñimientos que el hogar de un asalariado es algo que, como mínimo, tiene que probarse. Y no es una prueba decir, como se hace con frecuencia, que tiene que ser así”.
Comenzando por la cuestión del déficit presupuestario, una diferencia que pasan por alto los economistas ortodoxos es que, mientras que un Estado nacional tiene el poder de emitir moneda, un hogar no lo tiene. De esa manera, el presupuesto de un hogar y el de un Estado están sujetos a diferentes tipos de restricciones y, por lo tanto, las consideraciones a tener en cuenta respecto de si es o no conveniente sostener un déficit son diferentes. Mientras que para el hogar es primordial saber si logrará conseguir financiamiento y si el mismo es sostenible para su nivel de ingresos; para un Estado lo relevante es saber si el déficit es compatible con el nivel de empleo de las fuerzas productivas y las posibilidades de absorción monetaria de la economía. De esa manera, un gobierno puede juzgar conveniente sostener un déficit que impulse la actividad económica permitiendo un mayor nivel de empleo y uso de la capacidad instalada en las empresas, si evita que la dolarización del excedente presione sobre el mercado de cambios.
Una estrategia utilizada por los economistas ortodoxos para dar apariencia de sentido común a sus argumentaciones es la de realizar analogías entre el funcionamiento de la economía nacional y la familiar. Los déficit públicos son rechazados bajo el argumento de que una familia que gasta más de lo que gana termina mal. El fomento del consumo es censurado señalando que, así como cualquier familia debe reducir sus gastos para ahorrar más, lo mismo sucede con la economía de un país. De esa manera, los gobiernos con déficit presupuestario que fomentan el consumo nacional son condenados como si se tratara de malos padres de familias que dilapidan la economía de su hogar.
El problema del argumento ortodoxo es que en ningún momento explica por qué la economía nacional sería igual que la familiar. Como señala el economista norteamericano John Kenneth Galbraith en el libro El dinero, “la comparación con la familia es poco convincente. Que algo tan masivo, diverso, complejo, amplio, como el gobierno de los Estados (...), esté sujeto a las mismas reglas y constreñimientos que el hogar de un asalariado es algo que, como mínimo, tiene que probarse. Y no es una prueba decir, como se hace con frecuencia, que tiene que ser así”.
Comenzando por la cuestión del déficit presupuestario, una diferencia que pasan por alto los economistas ortodoxos es que, mientras que un Estado nacional tiene el poder de emitir moneda, un hogar no lo tiene. De esa manera, el presupuesto de un hogar y el de un Estado están sujetos a diferentes tipos de restricciones y, por lo tanto, las consideraciones a tener en cuenta respecto de si es o no conveniente sostener un déficit son diferentes. Mientras que para el hogar es primordial saber si logrará conseguir financiamiento y si el mismo es sostenible para su nivel de ingresos; para un Estado lo relevante es saber si el déficit es compatible con el nivel de empleo de las fuerzas productivas y las posibilidades de absorción monetaria de la economía. De esa manera, un gobierno puede juzgar conveniente sostener un déficit que impulse la actividad económica permitiendo un mayor nivel de empleo y uso de la capacidad instalada en las empresas, si evita que la dolarización del excedente presione sobre el mercado de cambios.
Mito completo: Ingresos y gastos del presupuesto.
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