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sábado, 5 de abril de 2014

En Tiempo Argentino: Elogio de las monedas.

Por Rodrigo López.

Usos y costumbres del metal acuñado, que suena antiguo pero aún permite –la tarjeta de débito, no– pedir deseos en las fuentes.

Por favor, inserte una moneda para seguir leyendo esta nota. Apóyela aquí ( ). Esta molestia de tener que contar con una moneda se viene repitiendo desde el siglo VII antes de Judas. Como tantos artefactos culturales, siguió el derrotero de las civilizaciones de la antigüedad. Los metales preciosos se terminaron imponiendo por su resistencia al deterioro y su ductilidad para la división. Para evitar tener que comprobar todo el tiempo la autenticidad del metal, los monarcas pusieron su sello, y nació la acuñación, tarea para los orfebres. La forma redonda evita aristas, que irremediablemente se desgastarían, y hacen a las monedas más cómodas para llevar encima. 
Los monarcas fueron independizando el valor acuñado del valor real del metal, pues lo que importaba era que la moneda fuera aceptada: el soberano obligaba a pagar impuestos con ella. Y desde el momento en que el soporte físico no es importante, ¿por qué no hacerlo más barato, por ejemplo, de papel? Recién con la invención del papel moneda, la moneda quedará limitada al cambio chico, pasa a ser el átomo dinerario. 
El dinero electrónico es aún más barato que el papel. ¿El uso generalizado de tarjetas de crédito y débito extinguirán esa "reliquia bárbara" (como la llamaba Keynes)? Ya suena antiguo: "En mi época, subías al colectivo y tenías que poner unas monedas en una caja reforzada: clan clan, se escuchaba el choque de metales en un laberinto interno." 
El éxito de la SUBE está –aparte de orientar el subsidio– en habernos librado de tener que conseguir monedas para viajar todos los días, ida y vuelta. Basta ver a los que se olvidan la SUBE, las peripecias que tienen que hacer, sobre todo con los aumentos en el precio del boleto. De todos modos, la Argentina cuenta con una cantidad nada despreciable de monedas. Tomando datos del BCRA, diremos que hay en circulación cerca de 192 monedas por habitante. Teniendo en cuenta su espesor según cada denominación, si hiciéramos una pila con estas moneditas alcanzaría la distancia que hay de Buenos Aires a Berlín. Entonces, ¿por qué no hay monedas?
Paradójicamente, la SUBE solucionó el problema de las monedas para viajar, pero por ese mismo motivo, nadie tiene un incentivo para salir con monedas, y así, 30.208 toneladas de metal acuñado duermen la mona en los hogares argentinos como un zahir borgeano.

Nota completa: Elogio de las monedas.

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