El neoliberalismo, como toda religión, suele prometer a sus fieles un futuro social promisorio si se aplican sus recomendaciones de liberalización del mercado. Fácil de aceptar por algunos grupos minoritarios que ven incrementar su poder y dinero de la mano de aquellas políticas, la promesa de un paraíso liberal es más difícil de aprobar para las mayorías que sufren el infierno social que provocan. Subsanando esa situación, la “teoría del derrame” pregona entre las mayorías populares que el escandaloso enriquecimiento de una minoría social es la condición necesaria para agrandar y mejorar la torta de la riqueza nacional. Si bien recibirá de ella tan sólo una pequeña tajada, su tamaño absoluto será superior al fifty-fifty de una torta mermada por la aplicación de recetas populistas.
La teoría del derrame presupone una relación positiva entre desigualdad y crecimiento económico, donde la inequitativa distribución de la riqueza provoca su acumulación a una mayor velocidad. Según el pensamiento ortodoxo, para invertir debe existir un ahorro previo, y como los ricos ahorran un porcentaje mayor de su ingreso que los pobres (que lo utilizan en su totalidad para subsistir), una desigual distribución de la renta generará que una mayor porción de la misma sea ahorrada y, por lo tanto, invertida. Como la inversión es la base material necesaria para una futura mayor producción, la desigualdad del hoy derramará en un mañana en el que el incremento de la riqueza terminará beneficiando a todas las clases sociales. [...]
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