Por Ernesto Mattos.
En la historia del capitalismo, el avance sobre el feudalismo fue
necesario, al los incipientes comerciantes e industriales determinar el
rumbo de la expansión del sistema. Es el caso de Inglaterra, Alemania y
Francia. Cruzando el Atlántico aparecerá el capitalismo norteamericano y
del otro lado del Pacifico el sol naciente del Japón hará lo mismo
entrando en el siglo XX. Estas economías se sustentaron con la dirección
central de un Estado y sociedad civil, sobre la base de la acumulación
de capital proveniente del mercado interno y los sistemas coloniales.
El rol de los “fabricantes o comerciantes” siempre fue de la preocupación de los clásicos: Adam Smith (1723-1790), David Ricardo (1772-1823) y Saint Simón (1760-1825). En la obra de Smith, “Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones”, describió que el “producto anual de la tierra y del trabajo de una Nación, o lo que es lo mismo, el precio conjunto de este producto anual, se divide {…} en tres partes: la renta de la tierra, los salarios del trabajo y el beneficio del capital” y señala que se constituye con ella “la renta de tres clases de la sociedad: de la que vive de rentas, de la vive de salarios y de la que vive de beneficios. Éstas son las tres grandes clases originarias y principales de todo sociedad civilizada”.
Concluye su Libro Primero con una afirmación categórica: “Toda proposición de una ley nueva o de un reglamento de comercio que proceda de esta clase de personas deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza, y nunca deberá adoptarse como no sea después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par que desconfiada”.
¿Por qué reflexionamos y tomamos las conclusiones del texto de Smith? Por la simplicidad. Plantear la existencia de las clases sociales y de los intereses de cada una en relación a la sociedad civilizada, al decir de los liberales. Pareciera que, en palabras de Smith, la dirección de los asuntos públicos está, por acuidad mental, en manos de los comerciantes o fabricantes. Descarta, naturalmente, a los trabajadores y a los terratenientes que viven de renta y son holgazanes (“conviene más especular con la inflación y el dólar que producir”, Luis Etchevehere – InfobaeTv) en cualquier tarea de asuntos públicos.
El rol de los “fabricantes o comerciantes” siempre fue de la preocupación de los clásicos: Adam Smith (1723-1790), David Ricardo (1772-1823) y Saint Simón (1760-1825). En la obra de Smith, “Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones”, describió que el “producto anual de la tierra y del trabajo de una Nación, o lo que es lo mismo, el precio conjunto de este producto anual, se divide {…} en tres partes: la renta de la tierra, los salarios del trabajo y el beneficio del capital” y señala que se constituye con ella “la renta de tres clases de la sociedad: de la que vive de rentas, de la vive de salarios y de la que vive de beneficios. Éstas son las tres grandes clases originarias y principales de todo sociedad civilizada”.
Concluye su Libro Primero con una afirmación categórica: “Toda proposición de una ley nueva o de un reglamento de comercio que proceda de esta clase de personas deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza, y nunca deberá adoptarse como no sea después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par que desconfiada”.
¿Por qué reflexionamos y tomamos las conclusiones del texto de Smith? Por la simplicidad. Plantear la existencia de las clases sociales y de los intereses de cada una en relación a la sociedad civilizada, al decir de los liberales. Pareciera que, en palabras de Smith, la dirección de los asuntos públicos está, por acuidad mental, en manos de los comerciantes o fabricantes. Descarta, naturalmente, a los trabajadores y a los terratenientes que viven de renta y son holgazanes (“conviene más especular con la inflación y el dólar que producir”, Luis Etchevehere – InfobaeTv) en cualquier tarea de asuntos públicos.
Las citas de los clásicos expuestas en el presente artículo nos permiten repensar el rol de los industriales en esta última década en la Argentina. Si reflexionamos en base al pensamiento de Smith, ciertos industriales en la Argentina serían incivilizados ya que ni si quiera hacen planes ni proyectos de inversión. El ejemplo del sector automotriz es claro. Tiene la utilización de la capacidad instalada industrial (UCI) al 57% (Mar-14), nivel similar al del año 2006. En 2009 la UCI-Automotriz toco el piso del 22%. Y además coincide con el comportamiento de la UCI general. Parecen terratenientes, no invirtieron en ampliar la capacidad industrial instalada ni lograron reducir los componentes importados en base a I+D. El Estado les aseguró un mercado interno y espacios en el Mercosur. Luego de años de crecimiento económico se apropiaron de la actualización de los salarios y protección por parte del Estado para su beneficio sectorial y ponen todo el peso de la desaceleración económico sobre los trabajadores. Y ni siquiera se han insurreccionado ante el poder terrateniente y trasnacional sino que han acordado la no inversión y vivir a cuesta de las mejoras de los trabajadores.
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