Por Andres Asiain.
La quiebra de Detroit, una ciudad símbolo de la industria automotriz norteamericana, marca la profundidad alcanzada por la nueva división internacional del trabajo generada al calor de la globalización.
La liberalización del comercio y los movimientos de capitales impulsada por gobiernos de signo liberal, facilitó a las grandes corporaciones multinacionales la deslocalización de los tramos de producción intensivos en mano de obra en países de salarios bajos y régimenes laborales endebles. El resultado fue el florecimiento de establecimientos industriales intensivos en mano de obra en regiones de México, Centro América, China o India y su contraparte, el desempleo en regiones industriales de Estados Unidos y Europa que pasaron a ser económicamente inviables. De la mano de esa nueva división internacional del trabajo, la producción mundial por trabajador se fue incrementando mientras que los salarios medios mundiales se deterioraban. El resultado fue la concentración de los ingresos en una pequeña minoria planetaria y su contraparte, una permanente reducción del consumo de masas que amenaza a la economía mundial con el fantasma de una crisis de sobreproducción. Para safar de la crisis, se buscó remplazar la demanda salarial por la derivada del otorgamiento de créditos.
La quiebra de Detroit, una ciudad símbolo de la industria automotriz norteamericana, marca la profundidad alcanzada por la nueva división internacional del trabajo generada al calor de la globalización.
La liberalización del comercio y los movimientos de capitales impulsada por gobiernos de signo liberal, facilitó a las grandes corporaciones multinacionales la deslocalización de los tramos de producción intensivos en mano de obra en países de salarios bajos y régimenes laborales endebles. El resultado fue el florecimiento de establecimientos industriales intensivos en mano de obra en regiones de México, Centro América, China o India y su contraparte, el desempleo en regiones industriales de Estados Unidos y Europa que pasaron a ser económicamente inviables. De la mano de esa nueva división internacional del trabajo, la producción mundial por trabajador se fue incrementando mientras que los salarios medios mundiales se deterioraban. El resultado fue la concentración de los ingresos en una pequeña minoria planetaria y su contraparte, una permanente reducción del consumo de masas que amenaza a la economía mundial con el fantasma de una crisis de sobreproducción. Para safar de la crisis, se buscó remplazar la demanda salarial por la derivada del otorgamiento de créditos.
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