Dólar alto y desarrollo.
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
En las últimas décadas, la tesis de un tipo de cambio competitivo como herramienta para el desarrollo económico alcanzó cierto consenso en el ambiente de los economistas. A nivel internacional, la hipótesis parece verificada por la experiencia de economías asiáticas de rápido crecimiento como China, donde los bajos salarios en dólares constituyen un elemento central para atraer inversiones extranjeras hacia la producción de bienes industriales intensivos en empleo. En la Argentina, la política de dólar caro tuvo amplia aceptación tras el fracaso de la convertibilidad y el vertiginoso crecimiento económico que siguió a la crisis y devaluación de 2002. Desde esa óptica, la estrechez de dólares de los últimos años es consecuencia de la pérdida de competitividad cuya solución descansa en una fuerte devaluación.
Un punto importante que pasan por alto los promotores locales del dólar caro como puente hacia el desarrollo, es que la estructura económica de América latina difiere de la que predomina en las naciones asiáticas. En las exportaciones de la región predominan las materias primas, mientras que en las economías asiáticas prevalecen los bienes industriales. La diferencia no es trivial, ya que la producción primaria se basa en la explotación de un recurso natural cuya disponibilidad no depende del nivel del dólar. Así, la devaluación en la Argentina implica un incremento en la rentabilidad del ya rentable sector agroexportador, valorizando aún más las propiedades agrícolas en desmedro de la baratura de los alimentos y el poder de compra de los salarios. El impacto en las exportaciones es dudoso, ya que la producción primaria se encuentra limitada por una frontera agropecuaria cuya expansión excede la cuestión cambiaria: la superficie sembrada de soja se expandió a mayor velocidad a fines de los ’90 con el dólar barato y bajos precios internacionales, que entre 2003–2008, cuando el dólar y los precios internacionales fueron superiores.
El papel jugado por el valor del dólar en la dinámica del comercio exterior de la última década parece haber sido más modesto de lo que se suele pensar. A modo de ejemplo, si se mantienen fijos los precios de nuestras exportaciones e importaciones de bienes al nivel de 1993, los superávit de 2005 y 2006 son similares a los del último año de convertibilidad, y el balance comercial de bienes hubiera registrado déficit a partir de 2007.
Por Andrés Asiain y Lorena Putero
En las últimas décadas, la tesis de un tipo de cambio competitivo como herramienta para el desarrollo económico alcanzó cierto consenso en el ambiente de los economistas. A nivel internacional, la hipótesis parece verificada por la experiencia de economías asiáticas de rápido crecimiento como China, donde los bajos salarios en dólares constituyen un elemento central para atraer inversiones extranjeras hacia la producción de bienes industriales intensivos en empleo. En la Argentina, la política de dólar caro tuvo amplia aceptación tras el fracaso de la convertibilidad y el vertiginoso crecimiento económico que siguió a la crisis y devaluación de 2002. Desde esa óptica, la estrechez de dólares de los últimos años es consecuencia de la pérdida de competitividad cuya solución descansa en una fuerte devaluación.
Un punto importante que pasan por alto los promotores locales del dólar caro como puente hacia el desarrollo, es que la estructura económica de América latina difiere de la que predomina en las naciones asiáticas. En las exportaciones de la región predominan las materias primas, mientras que en las economías asiáticas prevalecen los bienes industriales. La diferencia no es trivial, ya que la producción primaria se basa en la explotación de un recurso natural cuya disponibilidad no depende del nivel del dólar. Así, la devaluación en la Argentina implica un incremento en la rentabilidad del ya rentable sector agroexportador, valorizando aún más las propiedades agrícolas en desmedro de la baratura de los alimentos y el poder de compra de los salarios. El impacto en las exportaciones es dudoso, ya que la producción primaria se encuentra limitada por una frontera agropecuaria cuya expansión excede la cuestión cambiaria: la superficie sembrada de soja se expandió a mayor velocidad a fines de los ’90 con el dólar barato y bajos precios internacionales, que entre 2003–2008, cuando el dólar y los precios internacionales fueron superiores.
El papel jugado por el valor del dólar en la dinámica del comercio exterior de la última década parece haber sido más modesto de lo que se suele pensar. A modo de ejemplo, si se mantienen fijos los precios de nuestras exportaciones e importaciones de bienes al nivel de 1993, los superávit de 2005 y 2006 son similares a los del último año de convertibilidad, y el balance comercial de bienes hubiera registrado déficit a partir de 2007.
Mito completo: Superavit comercial y restricción externa.
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