Tan sólo un técnico.
Por Andrés Asiaín y Lorena Putero
Los economistas suelen presentarse como profesionales dueños de un saber económico ajeno a las cotidianas disputas sociales y políticas que conmueven a la sociedad. Con prolijo perfil y vestimenta, recorren pasillos ministeriales, oficinas céntricas y canales de televisión discurseando con tecnicismos incomprensibles a funcionarios, dirigentes de empresas y periodistas. “El peso debe depreciarse”, “las expectativas imponen una suba de tasas”, “el incremento de la base monetaria es excesivo”, sentencian aparentando la misma asepsia ideológica con que un electricista dictamina el método para reparar un cortocircuito. Si esas medidas benefician a los exportadores y rentistas en desmedro de los trabajadores, profesionales y empresarios vinculados al mercado interno, debe aceptárselo como una consecuencia inevitable del funcionamiento de los mercados. Quien se oponga es un ignorante al que, más tarde o más temprano, las leyes económicas le demostrarán que es inútil oponerse a su funcionamiento.
El mito del economista-técnico se sustenta en otro mito, el de la ciencia económica como un saber que no contiene juicios éticos o posiciones ideológicas. Sin embargo, desde que la filosofía dio cuenta de la imposibilidad del intento aristotélico de alcanzar la verdad –y de los atajos inductivistas y falsacionistas para acercarse a ella–, se arribó al consenso de que el conocimiento científico es justamente un consenso alcanzado por la comunidad científica, que no es una isla de la sociedad en que se desenvuelve. Los académicos son seres humanos con nombre y apellido, nacionalidad, pautas culturales y posicionamientos políticos, que trabajan en institutos, publican en revistas, enseñan en universidades financiadas por determinadas empresas, fundaciones o Estados. Qué se estudia, qué se publica, qué se enseña se encuentra condicionado por los intereses económicos y políticos de las instituciones que componen el aparato académico. De ahí que las diversas teorías económicas deben entenderse como consensos interpretativos de la realidad, históricamente determinados y que, por lo tanto, no son ajenos a los intereses y factores de poder de la sociedad humana.
El mito del economista-técnico se sustenta en otro mito, el de la ciencia económica como un saber que no contiene juicios éticos o posiciones ideológicas. Sin embargo, desde que la filosofía dio cuenta de la imposibilidad del intento aristotélico de alcanzar la verdad –y de los atajos inductivistas y falsacionistas para acercarse a ella–, se arribó al consenso de que el conocimiento científico es justamente un consenso alcanzado por la comunidad científica, que no es una isla de la sociedad en que se desenvuelve. Los académicos son seres humanos con nombre y apellido, nacionalidad, pautas culturales y posicionamientos políticos, que trabajan en institutos, publican en revistas, enseñan en universidades financiadas por determinadas empresas, fundaciones o Estados. Qué se estudia, qué se publica, qué se enseña se encuentra condicionado por los intereses económicos y políticos de las instituciones que componen el aparato académico. De ahí que las diversas teorías económicas deben entenderse como consensos interpretativos de la realidad, históricamente determinados y que, por lo tanto, no son ajenos a los intereses y factores de poder de la sociedad humana.
Mito completo: La economía y el rol de los economistas en la sociedad.
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