REFLEXIONES SOBRE CONSUMO Y CREDITO
Por Andres Asiain y Lorena Putero
Suele escucharse que para invertir, primero hay que ahorrar. Este principio, que pareciera aplicarse tanto a una empresa como a un país, es utilizado para analizar críticamente la situación de la economía argentina en los últimos años. Austeros comentaristas señalan que la vigencia de tasas de interés por debajo de la inflación estimula el consumo sin permitir el ahorro y, de esa manera, “no hay con qué invertir”. ¡Basta de consumo, es tiempo de ahorro e inversión!, sería la máxima para evitar un futuro ruinoso para nuestros hijos.
Como punto de partida para analizar la validez del mito, comencemos señalando que un empresario individual puede invertir sin haber ahorrado. Para ello basta con que pueda acceder a un crédito. Al respecto, el economista austríaco Joseph Schumpeter señalaba que “el talento de la vida económica cabalga sobre el corcel de sus deudas”. En ese sentido, la necesidad de financiar las inversiones con las propias ganancias es síntoma de un sistema financiero que no funciona correctamente y raciona el crédito a quien debería ser su destinatario por excelencia: el empresario. La solución difícilmente pase por incrementar el costo financiero de las empresas aumentando la tasa de interés, pero bien puede pasar por una mayor regulación del Estado, creando y direccionando el crédito hacia proyectos productivos de inversión.
Suele escucharse que para invertir, primero hay que ahorrar. Este principio, que pareciera aplicarse tanto a una empresa como a un país, es utilizado para analizar críticamente la situación de la economía argentina en los últimos años. Austeros comentaristas señalan que la vigencia de tasas de interés por debajo de la inflación estimula el consumo sin permitir el ahorro y, de esa manera, “no hay con qué invertir”. ¡Basta de consumo, es tiempo de ahorro e inversión!, sería la máxima para evitar un futuro ruinoso para nuestros hijos.
Como punto de partida para analizar la validez del mito, comencemos señalando que un empresario individual puede invertir sin haber ahorrado. Para ello basta con que pueda acceder a un crédito. Al respecto, el economista austríaco Joseph Schumpeter señalaba que “el talento de la vida económica cabalga sobre el corcel de sus deudas”. En ese sentido, la necesidad de financiar las inversiones con las propias ganancias es síntoma de un sistema financiero que no funciona correctamente y raciona el crédito a quien debería ser su destinatario por excelencia: el empresario. La solución difícilmente pase por incrementar el costo financiero de las empresas aumentando la tasa de interés, pero bien puede pasar por una mayor regulación del Estado, creando y direccionando el crédito hacia proyectos productivos de inversión.
Se objetará que para que un empresario se endeude, alguien debe haber
ahorrado. Por lo que, si analizamos la economía en su conjunto: para
invertir, primero hay que ahorrar. Pero lo cierto es que vivimos en una
economía monetaria, donde los bancos (públicos y privados) crean dinero y
generan créditos. Con ese dinero, el empresario puede contratar
trabajadores desocupados o empleados en sectores informales de baja
productividad, demandar ladrillos y maquinarias a empresas que gozan de
capacidad ociosa (o que la amplían mediante inversiones) para montar,
por ejemplo, una fábrica de zapatos. De esa manera, es la inversión la
que genera el ahorro, ya que la nueva fábrica es producción no
consumida, esto es, ahorro.
Mito completo: Sin ahorro no hay inversión.
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